Por estas fechas tuve la ocasión y el acierto de leer ésta trilogía de Tolkien que me subyugó. Habréis adivinado enseguida que esta obra es su consecuencia inmediata y para su planteamiento me basé en una aguja alpina, no recuerdo como se llama, en la qué, en su vértice, las rocas se disponen de forma parecida a la punta de una lanza. Me exigió cierto trabajo el dibujo previo del relieve, y, ya a la acuarela, procuré dotar a la roca de una luz un tanto siniestra y misteriosa; lo mismo procuré con las crestas del fondo y las nubes y dejé una pequeñísima franja de cielo azul para que éstas últimas tomaran volumen.
Imaginar a Frodo y sus sufridos compañeros acercándose en la fase final de su viaje a los siniestros y accidentados accesos de Mordor.
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